Siempre
he criticado la manía de versionar a los clásicos. Y me reafirmo en ello. Me
parece, contra la opinión de tantos, degradarlos a los prejuicios ideológicos y
estéticos modernos. Y sobre todo una falta de respeto a los autores, quienes
estoy seguro de que detestarían a más de un geniecillo
por usar sus obras como excusa para poner en escena ideas contra las que
probablemente estarían en profundo desacuerdo, como un Hamlet homosexual, un
don Juan cocainómano o una Electra feminazi.
Algunos
lo defienden diciendo que es actualizar la obra. Eso es una sandez. Si una obra
se convierte en un clásico es precisamente porque la lección que enseña
aprovecha en todas las épocas. Basta con saber digerir las circunstancias
sociales, políticas, económicas y culturales que la inspiraron. ¿Por qué no
limitarse entonces a hacer fieles interpretaciones del original? Me concederán
que es cuando menos impertinente la prepotencia de algunos al arrogarse la
clarividencia de adivinar lo que el autor hubiera creado en nuestra época, de
haberla vivido. Y que casualmente –faltaría más- coincide punto por punto con
lo único capaz de salir de sus cabezas de chorlito. No hacen otra cosa que usar
una batidora mental donde por ingrediente mágico añaden sus necedades, sin
comprender que lejos de enriquecer la obra la corrompen y arruinan. Hay que ser
muy cretino para intentar enmendarle la plana a un genio modificando su
argumento, despreciando impúdicamente las fórmulas usadas por éste y aún así confiar
en que la esencia de la obra permanezca inmutable. Si eso es honrar al autor que me aspen. Paradójico es el homenaje que
se le hace destrozando su obra con extravagantes interpretaciones en lugar de
serle fiel al texto, que es el único homenaje sincero que existe. Hacen lo
mismo que los políticos cuando mezclan sus pestilentes seudoideologías con las ideas
de los grandes filósofos, ensuciando la gloria de los mismos. Lástima que esos
filósofos y autores ultrajados no puedan resucitar para contemplar el agravio.
Sería un digno espectáculo verlos, indignados y coléricos, liarse a mamporrazos
con todos esos mentecatos y cínicos impostores.
Y
digo yo a todo esto que si no les gusta la obra tal cual fue escrita, ¿por qué
no crean una nueva donde expresar libremente sus revolucionarios pensamientos ultramodernos
y sus superfragilísticoespealidosas
nociones estéticas en lugar de despedazar las obras maestras? ¿Será que andan
tan faltos de creatividad y talento que necesitan rebozarse en la obra de otros
para crear algo? Y si es así, como sospecho, ¿por qué no se dedican a otra cosa
y dejan paso a los autores que sí tienen cosas nuevas e interesantes que
contar? Ya saben, esos autores a los que les cierran todas las puertas porque
temen que su viento huracanado los barra para siempre, limpiando de una vez por
todas esta sulfurosa, recargada e insana atmósfera de falsarios que está
pudriendo Occidente.
Que sean felices…
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